Los espíritus de los minerales, de los vegetales y de los animales, tienen un factor en común que se conoce como Inconsciente Colectivo. Cuando los espíritus de cualquiera de esos tres grandes grupos están encarnados, no dejan de ser un apéndice, una gota de ese inmenso mar espiritual que es el Inconsciente Colectivo. Y cuando esos Espíritus desencarnan, pierden su individualidad y retornan, como las gotas del agua de lluvia, a ese inmenso océano. A principios del Siglo XX, se hizo un curioso experimento en islas de la Polinesia que demuestra la veracidad de este planteo: En una isla, se enseñó a una población de monos algunos métodos y técnicas que les ayudaban a resolver sus problemas cotidianos. Lo curioso fue que, a partir de ese entonces, los monos que nacían ya tenían incorporados esos conocimientos en forma instintiva. Y más curioso aún, fue comprobar que los monos que nacían en otras islas, sin contacto alguno con la población que había sido adiestrada, también tenían incorporadas esas habilidades. Este experimento prueba la existencia de ese Inconsciente Colectivo, al que van todas las experiencias de cada especie, y que nutre a los demás espíritus de esa especie que van a encarnar.Se desconoce, por estar más allá de la comprensión humana, si los espíritus evolucionan dentro de esos tres grandes grupos, mineral, vegetal y animal, pasando de uno a otro cuando están suficientemente evolucionados para hacer ese cambio, o si quedan sólo como espíritus dentro de cada grupo, sin pasar al siguiente.

Se desconoce también, si el espíritu de los animales más evolucionados recibe su individualidad, y comienza entonces a encarnar en los seres humanos más primitivos. O si en cambio, el espíritu de un ser humano se crea neutro, pero no sobre la base de la evolución anterior de los grandes grupos de minerales, vegetales y animales. Hemos estudiado diversas teorías que abarcan ambas posibilidades, y no podemos afirmar una conclusión absoluta al respecto. Pero analizando ahora el espíritu del ser humano, si podemos verificar que se crea absolutamente neutro en su conocimiento y en su moralidad. O sea, totalmente ignorante y ni bueno ni malo: neutro… Y que a través de incontables vidas con y sin cuerpo físico, o sea sucesivas encarnaciones y desencarnaciones, va ganando sabiduría. Que como explicamos antes, es la suma de conocimientos más moralidad. Ese avance depende exclusivamente del libre albedrío de ese espíritu, que le hará someterse a pruebas más duras, para avanzar más rápido en su evolución, o someterse a pruebas menos duras, y así tener una existencia más sosegada.

Aunque el sentido común nos diga que de esa neutra moralidad inicial, deberíamos empezar a ganar moralidad en las sucesivas encarnaciones, ello no ocurre así. De hecho, cuando un espíritu se crea, comienza inmediatamente a involucionar y no a evolucionar. Comienza a conocer todas las bajezas humanas, hasta que toca realmente el fondo de la tabla, siendo inmoral, asesino, caníbal, estafador, delincuente, violador, y conociendo todas las peores cualidades que pueda tener un ser humano. Los herméticos conocen a este primer estadío involutivo del espíritu como el Nigredo, en concordancia con los alquimistas, que llaman así al primer estadío de calentamiento del crisol. Nigredo, porque la superficie del material fundido se vuelve negra. En esa primera etapa, los materiales fundidos en ese crisol comienzan a soltar sus impurezas, que se denomina escoria. Durante el Nigredo entonces, los alquimistas reconocen y separan la escoria del material fundido en el crisol, y el Espíritu humano aprende las peores bajezas. Recién cuando nuestro Espíritu incorporó todas esas vivencias relacionadas con la involución, comienza entonces sí a evolucionar. Ya la escalada no tiene entonces marcha atrás, y corresponde a una segunda etapa en nuestra evolución espiritual. Cada conocimiento, y cada concepto moral que incorporamos, forman parte desde ese mismo momento de nuestra personalidad. A ese segundo periodo evolutivo, se lo conoce con el nombre de Albedo. Y otra vez, este nombre del segundo estadio del espíritu humano, se debe a los alquimistas. Que llaman Albedo al período posterior al Nigredo, en el que ya se liberó al material fundido de su escoria, y entonces aparece debajo del negro de esa escoria, el blanco del material fundido propiamente dicho. Pero hay todavía un tercer estadío de evolución del espíritu, posterior al Albedo, que se conoce con el nombre de Rubedo. Una vez más, este nombre se debe a la analogía de la evolución del espíritu, con la purificación de la materia de los alquimistas en su crisol. Rubedo, porque al calentar más el material en el crisol, el color blanco vira al rojo. Ese es el estadio en el que el material fundido en ese crisol alcanzó ya su máximo grado de pureza, y el proceso alquímico se ha completado. De esto se trata la parábola alquímica de transformar el plomo en oro. No debe entenderse de un modo literal, como sería el cambiar la estructura atómica del plomo en la correspondiente al oro (dicho sea de paso, estos dos elementos sólo difieren en 3 protones: 79 en el oro, y 82 en el plomo). Esa transformación del plomo en oro, debe ser tomada como una alegoría de la evolución del espíritu humano. El que se transforma de plomo a oro, es nuestro espíritu…! ¿Cómo? Aprendiendo y ganando moralidad. Que son en definitiva los dos motivos por los que los seres humanos encarnamos. Y como ya dijimos antes, nuestros conocimientos y nuestra moralidad son los dos componentes de nuestra sabiduría.

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Ricardo Carrera